Yo me senté a soñar en un albergue
de imponente quietud.
Estaba la mañana somnolienta
y tranquila;
de pie, frente a los cielos,
los montes, en azul,
impasibles, serenos.
Al rededor de la casa de madera,
vi dos pájaros en negro y amarillo,
saludaban al sol de primavera,
Me senté en el suelo,
con las piernas cruzadas,
Meditando;
y me olvidé de los montes azules,
de los pájaros,
del silencio imponente
y del dorado sol naciente.
Perdí la sensación de todo el cuerpo
y mis miembros inmóviles
reposaban en paz de gracia llenos.
Un júbilo profundo, inmensurable ,
llenó mi corazón.
Y mi mente ,
anhelosa e impaciente
en la concentración,
perdía, insensible,el mundo de lo irreal.
Yo estaba rebosante de poder inmortal.
Como la fresca brisa de levante
que de súbito surge a la existencia
y embalsama el ambiente circundante,
allí, frente por frente,
sentado a lo oriental,
en la forma que el mundo Le conoce,
con Su amarilla túnica habitual,
sencillo y majestuoso,
así estaba el Maestro de Maestros,
fija Su vista en mí,
y sin un gesto
tomó asiento el Poderoso Ser.
Yo lo miré y, fervorosamente,
la cabeza incliné
a Su presencia,
mi cuerpo hizo una curva hacia adelante
en grácil reverencia.
Aquella única mirada mostró
el avance del mundo hacia el progreso,
y la inmensa distancia,
que se pierde a lo lejos,
entre el mundo de sombras y congojas,
y el más grande de todos sus Maestros.
Krishnamurti
Precioso poema! Cuanta belleza y profundidad hay en sus versos.
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Un abrazo Cris,
agus
Que precioso!!!! Gracias Cris.
ResponderEliminarQue bueno que tu sitio web vuelva a la actividad!!!!
Un abrazo cálido desde el mar caribeño....
Jesi